miércoles, 26 de agosto de 2015

"Mi patria es el escenario" - Biografía a dos voces de Juan Carlos Gené


 
 
 
Huele todavía a tinta fresca. Acaba de salir de imprenta “Mi patria es el escenario” – Biografía a dos voces de JUAN CARLOS GENÉ. Es el libro que concebí y escribí de común acuerdo con el autor de El herrero y el diablo, Ulf o El sueño y la vigilia. Lo editó Corregidor, lo prologó Pablo Zunino y reúne el resultado de largas conversaciones que mantuve con Juan a grabador abierto, desde 2009 hasta pocas semanas antes de su partida definitiva. Contiene también reflexiones suyas y mías, algunas reseñas de sus puestas, datos obtenidos de su archivo personal que me legó en un acto de generosidad que todavía me conmueve, y una selección de fotografías familiares y de sus creaciones escénicas. Mi objetivo fue dejar un testimonio biográfico de una personalidad irrepetible en el campo de la cultura y el teatro latinoamericanos. No sé si lo logré ni, mucho menos, si está a la altura. Pero hoy soy feliz y lo comparto.
 
 
 
 
Hombre de la escena en el más amplio sentido del término (actor, autor, director, maestro, pensador, fundador de grupos teatrales, gestor cultural), Juan Carlos Gené fue en vida y sigue siendo una personalidad inabarcable. Su riqueza y complejidad artística y humana desborda cualquier pretensión biográfica. Por eso mismo, todos y cada uno de los intentos orientados a retener la huella de su trayectoria vital y artística terminan por ser, desde el más modesto hasta el más enjundioso, tan insuficientes como necesarios.

En este caso, la semblanza del autor de El herrero y el diablo o de Ulf surge de un diálogo amistoso combinado con anécdotas, reseñas de espectáculos, textos teóricos y confesionales, fotos, cartas y testimonios de algunas personas de su círculo íntimo como sus hijos Hernán, Paula y Valeria, o como la actriz Verónica Oddó, su musa y compañera en la escena y en la vida durante sus últimos treinta años.

La serie de encuentros durante los que se amasó la materia que constituye este libro comenzó a fines de 2009 y, en su transcurso, fue la vida misma la que impuso su ritmo a las charlas, a la selección de lo evocado y hasta a los silencios, tanto los voluntarios como los inexorables. En esta última categoría deberá incluirse la interrupción impuesta en 2010 por el afligente diagnóstico de la enfermedad que iba a acabar con su vida un año y medio más tarde. Un paréntesis al que siguió la decisión de reanudar tiempo después las conversaciones con la misma serenidad y generosa aceptación del destino que aplicó a continuar con los ensayos de Hamlet, hasta su estreno en agosto de 2011, y a prepararse y preparar a quienes lo querían y lo necesitaban, para la ausencia final. Ausencia que, a pesar de la comprensible congoja que dejó su partida, es negada una y otra vez en cada homenaje, cada retrospectiva de su vida y su obra, cada edición o reedición de sus textos, cada nuevo montaje de sus obras y cada evidencia del legado dejado por quien ya es un autor, actor, director y maestro de teatro eternamente presente, con categoría de clásico y con presencia y proyección universales.

jueves, 13 de agosto de 2015

¡GRACIAS CIREN!, ¡GRACIAS CUBA!


Quilapayún - Un son para cuba


FIDEL CUMPLE 89 SABIOS AÑOS


¡FELICIDADES FIDEL!
Por Atilio Borón
Mañana, 13 de Agosto, Fidel cumplirá 89 años. Hace un par de años en un evento internacional uno de los concurrentes, angustiado por los pesimistas pronósticos sobre el rumbo de desastre que llevaba la "civilización" capitalista le preguntó al Comandante qué debemos hacer. He aquí su respuesta:
“Aunque nos dijeran que al planeta le quedan 10 años de vida nuestro deber es luchar, luchar hasta el fin. ¿Qué otra cosa podemos hacer sino luchar”?
 ¡Toda una lección que sintetiza aquella máxima gramsciana de pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad!
Gracias por tu ejemplo, Comandante, y que cumplas muchos más.

 ***

¡SALUD, FIDEL!

El cumpleaños número 89 de Fidel Castro y las líneas que por ese aniversario le dedica nuestro politólogo Atilio Borón me conmueven por un doble motivo: la trascendencia que el Comandante tiene y tendrá para la pequeña, sufrida y dignísima isla de Cuba y para la historia de la civilización, por una parte y, por la otra, el modo como esta fecha, este personaje y las frases de Borón resuenan en mí en esta particular circunstancia de mi vida.
Decía ayer Borón en su página de Facebook: “Mañana, 13 de Agosto, Fidel cumplirá 89 años. Hace un par de años en un evento internacional uno de los concurrentes, angustiado por los pesimistas pronósticos sobre el rumbo de desastre que llevaba la "civilización" capitalista le preguntó al Comandante qué debemos hacer. He aquí su respuesta: “Aunque nos dijeran que al planeta le quedan 10 años de vida nuestro deber es luchar, luchar hasta el fin. ¿Qué otra cosa podemos hacer sino luchar”? ¡Toda una lección que sintetiza aquella máxima gramsciana de pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad! Gracias por tu ejemplo, Comandante, y que cumplas muchos más.”
Hago mía también la máxima gramsciana que propone “pesimismo de la inteligencia y optimismo de la voluntad”, para afrontar en esta etapa una enfermedad neuromotriz degenerativa, discapacitante y de negro pronóstico con la que convivo desde hace dos años y por la que me trata un excelente equipo de profesionales de FLENI pero por la que en Cuba recibí el mejor tratamiento para el optimismo de mi voluntad sin desentenderme ni negar lo que me revela el pesimismo de la inteligencia, en este caso la inteligencia científica.
Mi experiencia en Cuba incluyó un mes de internación en CIREN, un instituto de restauración neurológica donde recibí un tratamiento intensivo de rehabilitación y fisiatría de seis horas diarias de lunes a sábados durante cuatro semanas. Es la misma institución donde se trataron el político radical César Jaroslavsky, el socialista Jorge Rivas o el gran director teatral argentino Alberto Ure, entre otros. A este último tuve ocasión de entrevistarlo cuando yo me desempeñaba como crítica teatral y editora en el diario Clarín. En aquel reportaje que se publicó el 26 de noviembre de 2002, cinco años después del ACV que lo dejó postrado a fines de 1997, decía Ure sobre la cuestión:  "Si algo útil me dejó esta experiencia fue haber conocido Cuba de verdad, no como un turista. Allá, todo ese discurso de las organizaciones de Derechos Humanos en contra de Cuba no prende. Porque allá la gente está conforme". Ure subraya que no hay ciudadanos de primera y de segunda, que en el hospital donde estuvo internado se curaba la madre de un funcionario del gobierno lo mismo que cualquier hijo de vecino. "El derecho a la salud es el mismo para todos, como el derecho a la alimentación, a la vivienda, a la educación. Por eso el nivel de delincuencia es muy bajo, como el de corrupción. La ley es dura para el que afana pero la gente está conforme con que se castigue a los chorros. Porque allá el que es chorro no es por hambre ni por desesperación, como acá.
-¿No hay un reclamo de mayor democracia?
¿Qué van a querer elegir? Son pobres pero lo tienen todo. ¿Te parece que van a querer elegir un modelo como éste, que genera desigualdad, injusticia, corrupción? El sistema de la Revolución no lo permite. No encontrás un cubano que pague o pida coima. Tampoco se generó un aparato burocrático como el de la ex URSS.”

Sobre mi propia vivencia, ocurrida en mayo de este año, dejé mi testimonio que, con el título de “¡GRACIAS, CIREN! ¡GRACIAS CUBA!”, escribí hace dos meses en mi página de Facebook e ilustré con un video que transcribiré ahora en mi blog. ¿Por qué la insistencia? Bueno, porque las cosas que nos pasan, las experiencias que nos dejan su marca en el cuerpo, en la memoria, en las emociones, son más irrefutables que la teoría o el pensamiento abstracto. Claro que el testimonio personal es solo eso, no cuenta con el aval de autoridad alguna y no tiene más confiabilidad que la que se haya ganado quien testimonia entre quienes lo conocen. No importa. Los fundamentos ideológicos por los que admiro profundamente los logros de la Revolución Cubana y de su líder Fidel Castro, pueden ser negados o rebatidos con los argumentos del pensamiento neoliberal. Pero lo que llevo visto y conversado y palpado y sentido a lo largo de media docena de visitas a Cuba como periodista, como enamorada de esa isla, de su gente y, ahora, como paciente de ese sistema de salud de excelencia científica, el más igualitario y el de mayor humanismo que conozco, todo eso, digo, que llevo visto y comprobado constituye un cuerpo de datos experimentales. Datos que objetivan el pensamiento de quienes defendemos un modelo de inclusión basado en el cuidado y el respeto de todos los seres humanos y de su hábitat, frente al modelo capitalista y depredatorio de los grandes centros de poder económico mundial.
Quiero entonces sumar mi voz, respecto de los desórdenes climáticos del planeta y decir con el Comandante que hoy cumple sus sabios 89: “Aunque nos dijeran que al planeta le quedan diez años de vida nuestro deber es luchar, luchar hasta el fin”.
Olga Cosentino

 

***

 Cronopiando

Gracias Cuba
 

Para Rebelión

(Dedicado a Mey)

Y sí, Fidel es una de las más luminosas referencias de la historia, de las más dignas, como es Cuba un ejemplo, un gigantesco ejemplo de un pueblo diminuto, de una isla flotando en el Caribe en las mismas narices del Imperio.
Y saberlo y decirlo es para mí, también, una manera de agradecérselo.

Nadie en este manicomio en que han convertido al mundo quienes dictan su destino, disfruta de la cordura de Cuba, de su sensatez y de su juicio, de su capacidad de lucha, de su vergüenza.
Y todo ello cuando aún sin haber terminado de nacer, ya caían sobre ella agresiones, calumnias, sabotajes, pestes, invasiones… Y también el embargo, el aislamiento, el bloqueo… Y también la necesidad de transformar, solo con el empeño, aquel Casino-Hotel Club en un país, después de haber sido, en mala hora, descubierta, convertida a la fe y a la colonia y condenada al monocultivo de un azúcar amargo.

Y Cuba, sin más ayuda que el comercio que durante algunos años tuvo con la URSS en mejores condiciones que la usura habitual del llamado mundo libre, reciclando, reutilizando, apelando al ingenio, cuidando lo que había, cuando andar en Cuba en bicicleta era mofa habitual de quienes han arruinado el planeta y hoy hasta es impresentable una gran capital que se tenga por modelo y no estimule el uso de las dos ruedas sin motor, sin combustible, sin humos, sin ruidos, así es que sigue Cuba.
Apenas ha pasado poco más de medio siglo sin que se desarmaran contra Cuba ni amenazas ni agresiones y, cualquiera que sea honesto convendrá conmigo, en que bastaría cotejar la sociedad cubana con el resto de islas caribeñas después de más de un siglo de progreso y desarrollo capitalista en ellas, para apreciar la diferencia.

Todavía mueren en Cuba recién nacidos, pero en mucha menor medida que en cualquier otro país americano, incluyendo Estados Unidos. Y es verdad, sí, es verdad, muchos edificios en La Habana, para no hablar de Santiago, necesitan capas de pintura para sus fachadas, pero cuando llega la noche no hay un solo indigente en las calles cubanas buscando un portal donde pasar la noche, como tampoco hay una niña sin escuela o un niño sin atención médica.
A diferencia de la democracia mexicana, en Cuba estudiar magisterio y ejercerlo no cuesta la vida; ni el periodismo, como en Honduras, provoca la muerte; ni el sindicalismo mata como en Colombia. En Cuba no se muere de colesterol ni de hambre. En Cuba las artes, la danza, la pintura, no son malas palabras y el teatro tampoco un acertijo. La cultura respira, aunque a veces haya que procurársela asistida.

Cuba nunca es noticia porque sus estudiantes protagonicen matanzas en las escuelas o porque perturbados que siempre actúan solos y al servicio de nadie le pongan la nota de sangre al día. En Cuba no se tortura ni se practica ninguno de los tantos eufemismos y proporciones al uso en Europa y los Estados Unidos, ni aparecen fosas comunes con cientos de cadáveres, ni sería concebible Guantánamo. Tampoco sus policías semejan fantasmas cubiertos de escafandras y armados de armas largas, de perros y caballos. Hasta me atrevería a asegurar que en Cuba la policía parece gente, ni siquiera llevan pistola.
Durante todos estos años en Cuba se ha ido minando, se sigue en ello, la xenofobia, el racismo, el machismo, todos las ancestrales mentiras que nos impiden reconocernos como iguales, y en todas esas luchas de largo recorrido los progresos de Cuba son notables. Las comparaciones también ayudarían a entenderlo.

Y, a pesar de las limitaciones, de sus pocos recursos, Cuba ha impulsado proyectos tan hermosos, (casi iba a decir “cristianos”) como una universidad de medicina en la que formar gratuitamente a miles de estudiantes latinoamericanos sin recursos, y escuelas de arte, de cine, gestionadas con los mismos fines. Y ha tenido arrestos para hacerse presente en África respaldando los legítimos sueños de pueblos sojuzgados por regímenes racistas o combatiendo el Ébola, o enseñando a leer en muchas patrias americanas, contribuyendo a la salud de pueblos vecinos. Y ahí sigue trabajando, estudiando, investigando, haciendo importantes aportes a la salud y educación del mundo y, sobre todo, a los conceptos más imprescindibles para la humanidad: la solidaridad por ejemplo. Cuba ha contribuido más que nadie, lo sigue haciendo, al cuidado de miles de niñas y niños afectados en Chernobil. En el Sahara, aquella colonia que el Estado español vendió a Marruecos con todo y su gente a pesar de haber empeñado su palabra y su compromiso con Naciones Unidas de dejar la República Árabe Saharaui en manos de sus ciudadanos, pues hay miles de saharauis que son conocidos popularmente como “los cubanos” porque fue en Cuba que pudieron crecer, vivir y formarse como profesionales. Es más el castellano de esos saharauis que estudiaron en Cuba que el que sobrevivió a la colonia y la traición española.
Buena parte del sistema de salud de Haití ha estado en manos cubanas mientras el pueblo haitiano espera que le llegue la ayuda económica prometida de la “comunidad internacional”. La misma que ayer estranguló a Haití y que hoy extorsiona a Grecia.

Y si, también es verdad, Fidel dijo una vez que no se hace un paraíso en la falda de un volcán. Yo, más prosaico, agregaría que alguna vez se rompe un plato, pero que lo sepan los necios a los que cantara Silvio, yo no voy de una fábula a llorar un responso, ni acepto un desenlace por una controversia, ni voy por un pecado a ignorar el Infierno, ni por un desatino transijo una condena, que un funeral descargue de culpa al cementerio o que una discrepancia culmine en anatema. Yo no voy de una lágrima a invitar a un sepelio, ni intercambio aspavientos por pagados aplausos ni divinos naufragios por humanas tormentas. No voy de un eslabón a hacer una cadena ni me duele una cruz más que sangra un calvario, ni un rescoldo me inquieta como alarma un incendio o me aflige una cuenta tanto como un rosario y un disparo me aturde más que un parte de guerra.
En fin que, ¡gracias Cuba! Te debo mis mejores sueños.
 

¡GRACIAS, CIREN! ¡GRACIAS, CUBA!

Por Olga Cosentino

 El unicornio azul, así como la cura para esa fascinante enfermedad mortal que es la vida, no existe, aseguran los que saben. Pero buscarlo, dijo el poeta, suele ser una obsesión.
 Casi sin darme cuenta, fui en su busca a una institución cubana de la que tenía buenas referencias. Allí se habían recuperado o mejorado significativamente de afecciones neuromotrices algunas figuras conocidas, como el diputado radical César Jaroslavsky o, más acá en el tiempo, el también diputado por el socialismo, Jorge Rivas, además de otras personas menos famosas y más cercanas cuyos testimonios me decidieron a intentar la experiencia.

 Estuve internada cuatro semanas en CIREN (Centro Internacional de Restauración Neurológica), donde todos los pacientes realizan tratamiento personalizado según sus dolencias, durante seis horas diarias de lunes a viernes y cuatro horas los sábados, siempre con el seguimiento de un fisiatra o kinesiólogo y bajo la supervisión permanente de médicos neurólogos, defectólogos, logopedas, psiconeurólogos y de otras especialidades. Lo intensivo del trabajo restaurativo permite observar una pronta mejoría, cualquiera sea la dolencia. Pero según mi experiencia, es también de una eficacia decisiva el trato cálido, cercano y a la vez respetuoso de todo el personal médico y no médico. Y un plus que, sospecho, forma parte también de las estrategias clínicas de CIREN: la interacción entre los pacientes y sus familiares acompañantes a lo largo de una convivencia prolongada es absolutamente benéfico. Para empezar, nadie puede sentirse un elegido de la mala fortuna y no precisamente porque se refugie en el “consuelo de tontos”. Al contrario, cada quien tiene y manifiesta en el correr de los días, además de su distrofia o su parálisis, una historia personal, una manera de mirar el mundo, unos vínculos, unos sueños y unas aptitudes infinitamente más ricas, complejas y profundas que su puntual dolencia.
 Por mi parte, me sentí amigablemente acompañada por el doctor Amado y la doctora Carmen, por mi kinesiólogo Reynaldo, por las defectólogas Vernis y Tanaisy, por las enfermeras y mucamas, y hasta por el divertidísimo “ambulanciero” Nelson, que cada vez que transportaba pacientes desde o hacia los gimnasios y espacios de rehabilitación improvisaba pasos de comedia desopilantes, canciones y humoradas incluidas. Entre los pacientes predominaban por esos días los latinoamericanos, especialmente los venezolanos, ya que los provenientes de ese país caribeño son atendidos gratis, lo mismo que los cubanos, gracias a un convenio celebrado en 2006 por el entonces presidente Hugo Chávez con Fidel Castro. Pero se han tratado allí italianos, rusos, hindúes y hasta estadounidenses (¡). Si bien los primeros diez días estuve amorosamente acompañada por mi hija Magdalena y en la última semana vino mi amado Guillermo a buscarme, las dos semanas intermedias disfruté las charlas con la bonita e inteligente mexicana Yazmín, con la encantadora venezolana María Eugenia o con el brasileño Enio, amigo personal de Lula y militante de PT, además de las partidas de dominó o ajedrez con otros tantos compañeros y compañeras de tratamiento cuyos nombres lamento no haber retenido. Los sábados por la tarde y los domingos, el descanso incluyó paseos por La Habana Vieja, tardes en la playa, almuerzos y visitas en casa de cubanos amiguísimos y entrañables como Vivian y Mario, Lilian y Jorge o Elio y Elia, todos coincidentes en admirar a Cristina por su coherencia antiimperialista, en no confiar “ni un tantico así” en las verdaderas intenciones de los vecinos del norte y en saberse orgullosamente decididos a sostener y profundizar una Revolución que no solamente garantiza salud, educación, paz y dignidad para todos los cubanos sino que ofrece o exporta solidariamente esos mismos valores al mundo, como lo viene haciendo en Bolivia, Brasil y otras latitudes del continente, así como en los países africanos afectados por el ébola o el analfabetismo o, recientemente, con las víctimas del terremoto de Nepal.

 Por todo eso y mucho más, insisto, ¡gracias, CIREN; gracias Cuba!
 

sábado, 8 de agosto de 2015

SOBRE LA CONTINUIDAD DEL MAL

 Se estrenó en el Teatro Tadrón Siempre estamos en mayo y se repuso Encuentro en Roma, de Jorge Palant
 
 
¿Alcanza con juzgar y condenar a los genocidas, torturadores y apropiadores de bebés? ¿Se hará justicia finalmente si, algún día, se llega a juzgar y condenar a todos los responsables de la dictadura cívico militar eclesiástica que arrasó la república y la sociedad argentinas entre 1976 y 1983? ¿Operó únicamente entre esas fechas aquel artefacto de mal absoluto? ¿Y antes? ¿Y después? ¿Y ahora mismo, no sigue contaminándonos aquel veneno? Y las víctimas, ¿son solamente quienes murieron, fueron desaparecidos o robados al nacer en aquellos años oscuros?

El dramaturgo Jorge Palant viene haciéndose esas preguntas en sus últimas obras teatrales, dos de las cuales se ofrecen los domingos en el Teatro Tadrón: Siempre estamos en mayo y Encuentro en Roma. La primera, un reciente estreno dirigido por Enrique Dacal, hace foco en la destrucción del vínculo padre-hija producido a partir de los hechos que la historia recuerda como la “Masacre de Ezeiza”. El trágico episodio, que tuvo lugar el 20 de junio de 1973 en ocasión de la llegada de Perón al país después de casi 18 años de exilio, fue consecuencia del enfrentamiento entre sectores sindicales de la derecha peronista y las organizaciones de izquierda del mismo movimiento. Enfrentamientos de ese tipo, hay que decirlo, siguen produciéndose entre distintos sectores políticos y económicos, aunque cambiando las balas (y no siempre) por las no menos destructivas armas mediáticas.

Pero el conflicto de Siempre estamos en mayo acerca la lupa a dos personajes que no son necesariamente conscientes de arrastrar el peso de los daños colaterales de aquellas batallas. Lina (sensible trabajo de María Victoria Felipini) es una mujer que vuelve al país para reclamarle a su padre (buena composición de Jorge Capussotti) por el abandono que sufrió, junto con su madre, cuando la estampida de aquel 20 de junio los separó. Que el padre hubiese sido por entonces un sindicalista y su madre una joven militante de la Tendencia, (integrada por organizaciones identificadas con el peronismo revolucionario) no le basta a Lina para explicarse el desapego paterno que sufrió desde niña, al ser llevada por su madre al exilio que les garantizaba a ambas la supervivencia pero la dejó a ella sin padre y sin respuesta a infinitos interrogantes. Preguntas que, en el dramático reencuentro que propone la obra, se van a estrellar contra nuevos y agobiados silencios. Porque nadie quiere recordar aquel trágico junio. De ahí el título de la obra, que evoca una frase de Los días del odio, un texto sobre el desencuentro de padres e hijos escrito por el también autor teatral y crítico Pablo Palant (1914-1975), donde se dice “Siempre estamos en mayo… esperando  julio”, en referencia a la necesidad de saltearse un junio aciago cuya sola mención abre otra vez la herida. Una llaga tan dolorosa para Lina como la decadente vejez de su padre, otrora combativo defensor de los trabajadores y hoy rehén del Dealer (Ariel Ragusa, convincente en el cinismo de su personaje), una suerte de “buitre” devaluado al que se somete.

            La dirección de Dacal mantiene el dramatismo de la anécdota dentro de una contenida tensión, sin desbordes interpretativos. Ese registro actoral permite reconocer en los personajes, particularmente en los protagónicos, una gama compleja de contradicciones y sinsentidos que los abruma y los hace transitar alternativamente por el resentimiento, la culpa y el reproche, en busca de una razón que explique la devastación interior que experimentan. Y en ese desconcierto llegan a entrever que en aquel junio aciago, en las causas que lo produjeron y mucho más en las violencias de la dictadura que le siguieron, tal vez haya estado el detonante de los males que, como una reacción en cadena, diseminaron su estigma a través de generaciones. De las que ellos y hasta el mismo dealer no son más que emergentes individuales de una frustración colectiva.  

            Con parecido abordaje, que inscribe el desgarramiento individual en el contexto de las secuelas de la dictadura de 1976-1983, se repuso también en Tadrón otra obra de Palant: Encuentro en Roma. La pieza se estrenó la pasada temporada y acumula ya varios y merecidísimos premios y nominaciones en distintos rubros. En este caso, el vínculo madre-hija es el síntoma que pone de manifiesto la enfermedad, mucho más abarcadora que el conflicto entre dos personas. En una interpretación descollante que implica una auténtica lección de teatro, la actriz Adela Gleijer es la madre que visita a su hija, una periodista (conmovedora composición de Coni Marino) exiliada en Roma desde que un grupo de tareas de la dictadura allanó el diario de Buenos Aires en que trabajaba, asesinando y desapareciendo a varios colegas. El encuentro de ambas mujeres supone la voluntad amorosa y compartida de restañar las heridas de la separación. Pero el diálogo, postergado durante años, va acumulando recriminaciones mutuas, demandas y entregas afectivas, manipulaciones emocionales y verdades brutales, incompletas o a destiempo. Las réplicas, que hunden su filo sin anestesia en los pliegues de los recuerdos y la conciencia de cada una, dan cuenta de una comprensión muy profunda, por parte del autor, de la naturaleza íntima de sus personajes. Y en este punto, resulta inevitable evocar la profundidad en el análisis de lo maternofilial que supo desplegar en su tiempo el genial Ingmar Bergman, sobre todo en su Sonata otoñal, que interpretaron magistralmente Ingrid Bergman y Liv Ullmann. Una referencia frente a la que no empalidecen estas dos actrices enormes a la hora de comprometerse visceralmente con sus personajes. Por su parte, la dirección de Herminia Jensezian condujo con acierto la dinámica de los cuerpos en escena, las luces y penumbras, la sonorización, los tonos de voz y la gestualidad de las intérpretes, así como las situaciones que se reiteran, con ligeras o potentes distorsiones, y que revelan los quiebres de una memoria rota o negada. 
 
         Como en Siempre estamos en mayo, y como en otras piezas anteriores pero bastante recientes de su producción (La complicidad civil o Madre sin pañuelo, por ejemplo), también en Encuentro en Roma deja Jorge Palant un testimonio teatral de los múltiples, vigentes y no mensurables daños colaterales que, sobre la sociedad, produjo el Estado genocida, y que no acabaron con el fin de la dictadura. Un tema que fue abordado por otros prestigiosos dramaturgos (Roberto Cossa, Tato Pavlovsky, Mauricio Kartun, entre otros) y sobre el que expuso hace unos días, en una contratapa de Página 12, el crítico y pensador Noé Jitrik, bajo el título de Daño. Se trata de un texto que recomiendo leer completo en www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-278590-2015-08-04.html, y que en uno de sus párrafos expresa: Parece obvio, la dictadura causó daño. Se vio mientras estaba instalada y también mucho después, hasta ahora. No digamos la suspensión de las garantías jurídicas y el sistema represivo clandestino, los encierros, la tortura, los asesinatos masivos, el secuestro de bebés, todo el esquema represivo que no sólo quitaba de circulación a presuntos peligros políticos, guerrilleros y todo eso, sino que suspendía al mismo tiempo la respiración de la sociedad, por empezar de los sectores más conscientes, censurados y autocensurados, y luego penetraba solapadamente en el ánimo de los aún menos conscientes, espectadores de un espectáculo incomprensible aunque aceptado como una cuestión de hecho. Dejemos de lado el silencio y la quema de libros así como la salida del país de columnas de exiliados, cargando con una orfandad pesadamente concreta para los primeros, la lista de males, que se suman a los tradicionales y sistémicos, es interminable, difícil es comprender cómo reparar ese daño que se infligió a la sociedad entera.”

       Definitivamente, el debate sobre ese daño no es viejo aunque arranque en los 70 y las cuestiones a debatir no están ancladas en lo sucedido hace casi cuatro décadas sino que permanecen en un presente de impunidades múltiples y de sufrimientos transversales a varias generaciones. Los discursos de la Justicia, de la política y de los medios, salvo excepciones, se han prostituido hasta el vaciamiento, se han vuelto incapaces de reparación alguna. Pero aquí está el teatro, con su voz antigua y siempre nueva. Alguien tiene que intentarlo.

SIEMPRE ESTAMOS EN MAYO
Autor: Jorge Palant
Intérpretes: Ariel Ragusa, Jorge Capussotti, Maria Victoria Felipini
Dirección: Enrique Dacal
Escenografía y vestuario: Jorgelina Herrero Pons
Teatro: Tadrón (Niceto Vega y Armenia), domingos a las 18

ENCUENTRO EN ROMA
Autor: Jorge Palant
Intérpretes: Adela Gleijer, Coni Marino
Dirección, escenografía, vestuario e iluminación: Herminia Jensezian
Teatro: Tadrón (Niceto Vega y Armenia), domingos a las 20

 

sábado, 1 de agosto de 2015


Guillermo Cacace y un montaje magistral: Mi hijo sólo camina un poco más lento

Para contemplar y contemplarse
 

Escrito con tiza en la puerta de hierro de un PH, en el 600 de la calle Pasco, dice “Apacheta”. Es el nombre del teatro/taller/sala de ensayo del director Guillermo Cacace, donde se presenta su último montaje, Mi hijo sólo camina un poco más lento, del joven dramaturgo croata Ivor Martinic (31). Las funciones, con entradas agotadas hasta 2016, son los sábados y domingos a las once de la mañana y a las dos de la tarde.

El barrio, Balvanera, está fuera de los circuitos transitados por las tribus teatrales  (en cualquiera de sus variantes: comercial, oficial o independiente según la clasificación al uso); el elenco no incluye figuras famosas y el horario es decididamente inusual. Pero el espectáculo convoca tanta gente como caben en las gradas y unos cuantos más, sentados en sillas y en almohadones en el piso. A ojo, unas cien personas se acomodan según van llegando, luego de ser recibidos por quienes se comportan como afables dueños de casa e invitan con un café, un vaso de vino o un mate. Todos, los anfitriones y los visitantes (director, actores, público) empiezan a parecerse demasiado para lo que son las convenciones del teatro, aun el menos convencional. A unos y otros los envuelve la misma luz natural que entra por los dos amplios ventanales de ese primer piso por escalera. Y la acción va a transcurrir sin que se oscurezca la platea ni se ilumine el escenario. La cuarta pared no existe o la delimita apenas la quietud atenta del público y, ahí nomás, los cuerpos en movimiento de los intérpretes. Éstos, ya a cargo de sus personajes, van a mirar a veces a los ojos a algunos espectadores o les van a dirigir sus parlamentos, generando una transferencia de significados y emociones de inquietante sinceridad. El concepto de “ficción” como sinónimo de “representación” tiende a desaparecer. No hay mentira teatral sino más bien una verdad poética, pero verdad al fin,  dolorosa y compasiva a la vez, que va quedando expuesta en toda su temblorosa desnudez. Una verdad que va a ir inscribiéndose en el cuerpo de cada uno de los actores y que terminará estampada en la conciencia de cada espectador, entregado sin resistencias a ser intervenido por un juego escénico de inusitada nobleza.

El planteo argumental incluye a una abuela de frágil memoria, una madre sobreprotectora, un marido ausente, un hijo en silla de ruedas, una hermana postergada, una muchacha autista y enamorada del joven paralítico, una tía neurótica y varios primos, novios, amantes y exmaridos con distintas precariedades a cuestas. Sería  injusto ver en la anécdota sólo un nuevo abordaje del transitado tema de la familia disfuncional. Tampoco es una obra sobre la discapacidad o sobre la dificultad de reconocer o incluir al diferente. Mi hijo sólo camina… es eso y mucho más que eso. Es un espejo que refleja la invalidez esencial de la criatura humana y su empecinada vocación de felicidad. Y es, sobre todo, un abrazo -insuficiente pero fraterno- a todos los discapacitados de la escena y del público. A los que se les ve la prótesis de que se valen y a los que la llevan escondida, disfrazada o negada por el pudor, el miedo o la arrogancia. A todos.

No leí el bello texto de Martinic pero sospecho que la escritura escénica que del mismo realizó Guillermo Cacace, con esos excelentes intérpretes, hace parte fundamental del resultado. Y es inevitable preguntarse hasta qué punto esa excelencia lo es solamente de las dotes actorales y de la pericia de la dirección o, además, depende de la calidad moral de esas personas, con independencia del oficio teatral en el que se desempeñan. Porque lo que la obra comunica no es sólo convincente, no es sólo verosímil. Es verdadero. Así lo entienden los muchos espectadores que contienen un llanto silencioso pero indisimulable hasta el final y los que se secan la cara una y otra vez, alternando la emoción con la sonrisa cuando cada personaje, a su turno, exhibe en toda su ridiculez el costado tullido de su cuerpo o de su psiquis.

Vale aclarar que la verdad que comunica el espectáculo no necesita apelar al realismo, mucho menos al costumbrismo. En algunos tramos, un relator anuncia, describe o completa la acción. Los personajes dialogan entre sí pero también lo hacen con algún espectador, al que le hablan o lo miran fijamente a pocos centímetros. Es que no hay distancia entre la escena y el público. A todos los revela la misma luz y los cubre la misma penumbra. La diferencia está en la entrega de los actores. Sus cuerpos aparecen comprometidos con la vivencia de su criatura en cada movimiento, en cada gesto, en cada silencio. Hasta en el olvido de la letra por parte de la abuela que, encarnada por una actriz octogenaria (extraordinaria, Elsa Bloise), lleva al límite la tensión persona-personaje. Fuerte significado aporta el desplazamiento predominantemente circular de los actores, metáfora de la vida --la individual y la histórica-- y su redundante, fatal obstinación.

Es curioso que un espectáculo que por tantas y diferentes razones se aleja claramente de las convenciones de las artes escénicas (falta de escenario, de artificios lumínicos, de escenografía, de vestuario, de maquillaje, de cartelería publicitaria, de horarios habituales, de figuras consagradas, etc.) alcance un nivel de teatralidad tan exquisito. Acaso sirva, para explicar este acontecimiento, recordar que en su etimología, la palabra teatro viene del griego “theatron”, formado por “thea”, que significa ver, contemplar, y el sufijo “tro”, que remite a instrumento. Y Mi hijo sólo camina un poco más lento es exactamente eso, un instrumento para contemplar y contemplarnos. Es, genuinamente, teatro.

FICHA TÉCNICA

Mi hijo sólo camina un poco más lento

Dramaturgia: Ivor Martinić
Dirección: Guillermo Cacace
Interpretación: Juan Tupac Soler, Aldo Alessandrini, Antonio Bax, Luis Blanco, Elsa Bloise, Paula Fernandez Mbarak, Pilar Boyle, Clarisa Korovsky, Romina Padoan, Juan Andrés Romanazzi, Gonzalo San Millan.
Fotografía: Vivian Porras 
Sala: Apacheta, Pasco 623