lunes, 16 de noviembre de 2015

PEPE SORIANO


PARECE MAGIA, PERO ES TEATRO
 


No fue magia. ¿No? No, si por magia se entiende algo sobrenatural, efecto fabuloso de algún poder no humano. Pero lo que produjo Pepe Soriano cuando recitó un pasaje de El inglés en el acto de presentación de mi libro Mi patria es el escenario – Biografía a dos voces de Juan Carlos Gené fue un efecto que bien podríamos llamar fabuloso. Aunque a la vez fue definitiva y vibrantemente humano; un momento teatral superlativo, de esos que pocas veces ocurren en el escenario aunque la calidad artística sea inobjetable. De esos que detienen el aliento de una platea entera y hacen pensar que la perfección es posible. De esos que han dado origen a la frase “la magia del teatro”, ya convertida en lugar común por el uso indiscriminado.

La sala 307 del Centro Cultural Kirchner estaba llena el último 3 de noviembre y hasta había público de pie, integrado por gente del circuito teatral, artistas que se formaron o trabajaron con Gené y, como suele ocurrir en este tipo de eventos, familiares y amigos del autor --la autora en este caso--, no necesariamente vinculados al palo de las artes escénicas. Unos y otros, con seguridad, catalogables como público cautivo, por su afinidad con el asunto del libro y con el personaje al que está dedicado. Esa misma condición, el hecho de que la razón convocante fuera claramente el homenaje y no la polémica, hacía que todo fuera más o menos previsible. Todos íbamos a estar de acuerdo en honrar la memoria del hombre de teatro muerto casi cuatro años atrás. Y esa ausencia de conflicto podía orientar el acto hacia la solemnidad, la complacencia edulcorada o el aburrimiento. Para eludir esos peligros, concebimos con Pablo Zunino, prologuista del libro y conductor del encuentro, una dinámica que evitara la oratoria pomposa y se apoyara más en las imágenes multimedia y en el diálogo con los panelistas, nada menos que Verónica Oddó, la enorme actriz chilena, musa y compañera de vida del homenajeado, y el igualmente prodigioso actor Pepe Soriano, amigo personal con quien compartió Gené escenarios, pantallas y aventuras artísticas e ideológicas a lo largo de varias décadas. Con los testimonios de esas dos figuras, pares tan cercanos como ilustres de Juan Carlos Gené, la presentación del libro tendría la naturalidad y el encanto de lo genuino. Y como si eso fuera poco, Pepe entregaría un plus, recitando la Milonga para mis muertes, pasaje de aquel espectáculo dramático musical que escribió Gené, musicalizaron Rubén Verna y Oscar Cardozo Ocampo e interpretaron Soriano y el Cuarteto Zupay en los primeros setentas.

El inglés toma como referencia temática las Invasiones Inglesas de 1806 y la heroica resistencia popular que logró la Reconquista, pero es un claro alegato antiimperialista concebido y estrenado en tiempos signados por los golpes de Estado militares en América Latina. Y en vísperas del que, en la Argentina, entre 1976 y 1983, desataría el peor genocidio de nuestra historia. En la obra, Soriano encarnaba a varios personajes. Uno de ellos es la Nación, “la formidable criatura que engendra la indestructible pareja  que forman el Pueblo y la Tierra”, como el mismo Gené escribió en el prólogo de la edición discográfica que se editó en 1983. Como alegoría de la Nación, el actor cantaba y recitaba esa Milonga…, acompañado por la guitarra de Mauricio Cardozo Ocampo. Los versos hablan del destino de la Nación, obligada a morir una y otra vez a manos de la codicia imperial pero dispuesta a resucitar otra tantas veces gracias a la conciencia y el coraje del Pueblo.

Volver a poner en escena aquel breve pero intensísimo momento dramático en la voz y la interpretación del mismo Soriano, a más de cuarenta años de su estreno, me pareció un lujo que excedía los posibles méritos del libro que presentaba. La generosidad de Pepe al aceptar la idea colmaba con creces mis aspiraciones. Descartaba que un actor de sus kilates haría con impecable profesionalismo ese brevísimo fragmento de la obra. Pero no, lo que entregó fue más, muchísimo más que profesionalismo. Cuando en la charla de los panelistas se mencionó El inglés, el conductor invitó a Soriano a que evocara las circunstancias de aquel estreno. La respuesta pasó del relato anecdótico al recitado casi sin solución de continuidad. Mientras refería el cómo y el cuándo del país en el que, junto a Gené y a los Zupay, cabalgó el potro de aquella aventura escénica, Pepe Soriano se fue poniendo de pie con un extraño fervor y, sin que quienes lo mirábamos advirtiéramos la transición entre lo que contaba la persona y lo que pasó a recitar el personaje,  todos fuimos transportados a un territorio poético inefable, que no puede describirse en este texto pero sí pudo experimentarse en la sensibilidad y la vivencia física de todos los espectadores. Con el acompañamiento de los acordes exquisitos de la guitarra de María Millán, el actor, magnífico en sus nobles, vigorosos 85 años, empezó a crecer, a vibrar y a transformar esos versos escritos hace décadas en un alegato de insospechada vigencia. “Porque mi historia, señores, es la historia del país, / cosas que el suelo ha sufrido, cosas que con él sufrí. / Tierra contra el extranjero, extranjero contra tierra, / la tierra quiere su vida, los de afuera, su dinero…”, decía Pepe Soriano y la sala, en silencio hechizado, tensaba una emoción que, al final, estalló en un aplauso de pie mientras varios secaban sus ojos sin disimulo.

En el final del capítulo 8 del libro que allí se presentaba, Juan Carlos Gené nos aproxima una posible explicación de lo que intento describir. Dice allí de su amigo Pepe Soriano que “ha sido siempre exigente con la profesión,  comprometido en su ejercicio y fuera de él, con la justicia y la dignidad de los seres humanos. Ha sentido siempre que el afecto de la gente le impone una devolución que nunca siente haya sido cumplida. Y todo esto en un artista que ha llegado a todos los confines de la profesión, desde el repertorio más sofisticado al circo, el music-hall y la comedia musical, los personajes de raigambre popular que supo crear para la televisión, el cine de varios países, la actividad gremial y solidaria y su presencia siempre reconfortante en el medio.

               ¿De qué otra manera que a través de esa formidable escuela de la experiencia actoral, podría haber interpretado a diecisiete personajes distintos en un mismo espectáculo, como cuando con él y el Cuarteto Zupay creamos El Inglés? Tuvo que haber frecuentado a Molière y a Schiller, a Lope de Vega y a Brecht, para crear  en la televisión el tiernísimo Don Berto, el jubilado marginado por sociedad y familia, tan italiano como un enorme porcentaje de nuestras familias y tan cómico y trágico como la misma realidad. Los ejemplos de su creatividad, de su corporalidad absoluta, de su ser en el escenario, podrían multiplicarse por cifras enormes.”

Lo decía el amigo Juan Carlos Gené pero, sobre todo, uno de los más sabios y exigentes hombres de teatro que conoció la escena hispanohablante. El mismo que entendía el teatro con un ritual asociado a lo sagrado, al misterio y a la trascendencia.

Y hoy, cuando el país está a punto de vivir una jornada crucial que puede definir, una vez más, otra de sus muertes o de sus resurrecciones,  lo de Pepe y su Milonga para mis muertes no fue magia. Queda claro, fue teatro.

 

 

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