miércoles, 15 de julio de 2015

Juego de reinas: Bernhardt/Duse - Mistral/Matute

Reseña de Despedida en Paris

El teatro ha sido siempre uno de los temas recurrentes del teatro. Sobran los ejemplos, incluyendo paradigmas del canon, como la emblemática escena de Hamlet, pasando por El gran teatro del mundo o La vida es sueño, de Calderón, o tantas obras de Lope, de Beckett, de Genet o de autores contemporáneos, argentinos y universales. En este caso, lo metateatral de Despedida en Paris no utiliza exactamente el recurso del “teatro dentro del teatro” sino que invita a acercarse a la intimidad del oficio –y a las de sus oficiantes-- a través de la subjetividad de dos divas de existencia real en la escena europea decimonónica: la italiana Eleonora Duse y la francesa Sarah Bernhardt.

Aunque no hay documento histórico que lo acredite, pudieron haberse encontrado, en la estación de trenes de Paris donde ambas coinciden según la ficción, o en cualquier otra locación. Pero es precisamente esa incierta probabilidad, contrafáctica pero factible a la vez, lo que permite a la trama trascender los límites estrictos de lo biográfico para alcanzar la misteriosa complejidad de lo azaroso y su consecuencia: la rica semblanza poética de ambas mujeres. Porque en la estación de tren parisina donde la Duse espera partir, luego de una temporada exitosa en el Théâtre de la Renaissance (que la gran Sarah regentea), tiene lugar un diálogo que perfectamente pudo haber ocurrido entre aquellas dos rivales exquisitas, y a través del cual cada una va revelando sus talentos y vulnerabilidades, su vanidad y su glamour, sus heridas y sus fortalezas, sus amores y sus soledades.

El texto de Raúl Brambilla revela una investigación rigurosa sobre la vida y personalidad de esas dos figuras míticas que rivalizaron en talento dramático y en la aspiración a ser consideradas, por el público y la crítica, como la más extraordinaria actriz de la época. Pero ni la impecable arquitectura argumental, ni las inteligentes réplicas, a veces cargadas de ácido humor, a veces de desgarrante sinceridad, ni el ajustado tratamiento lumínico de la puesta, ni la expresividad del vestuario y el maquillaje, ni el adecuadísimo marco que ofrece la sala pequeña del Teatro de la Comedia habrían tenido el lucimiento que celebraron los aplausos de pie de toda la platea si la obra no hubiese contado con las soberbias interpretaciones de Fernanda Mistral en el papel de Sarah y de Stella Matute en el de Eleonora.

Cuesta imaginar, después de asistir a la representación, que la dirección (también a cargo del autor) hubiese podido obtener igual resultado con otro elenco. La altanera elegancia de la Bernhardt, con la que arremetió contra su origen (su madre era una cortesana y su padre, desconocido) y contra su renguera y posterior amputación de una pierna, encuentra una síntesis en el porte de la intérprete y termina por ser una segunda piel sobre el cuerpo, la gestualidad y los tonos de la Mistral. Y frente a ella, la imagen de la italiana compite en sordo y refinado duelo. Una década más joven y dueña de una seguridad en sus dotes histriónicas (había nacido en el seno de una familia de actores), la Duse revive en la inspirada Matute quien, como su criatura de ficción, aparece con un vestuario más sobrio y sin maquillaje (cuentan las crónicas que así hacía aparecer a voluntad el rubor de las mejillas, para comunicar ciertas emociones). Dos actuaciones absolutamente memorables para hablar del oficio teatral, de los estilos de actuación, de la época, del éxito y de sus dos condiciones: la embriaguez y la fragilidad.

 FICHA TÉCNICA

Autor: Raúl Brambilla
Intérpretes: Stella Matute, Fernanda Mistral
Ambientación: Cecilia Carini
Maquillaje y peinados: Alberto Moccia
Diseño de vestuario: Cecilia Carini
Diseño de luces: Cristian Páez
Realización de vestuario: Carmen Montecalvo
Fotografía: Gabriel Machado
Diseño gráfico: Ricardo Carrizo
Asistencia general: Yanina Vitcopp
Asistente de dirección y producción: Ailin Gutiérrez
Dirección: Raúl Brambilla

Teatro de la Comedia, Rodríguez Peña 1062

"Ignacio & María" o el núcleo atómico de la poesía

Dice la física que el núcleo atómico concentra más del 99 % de la masa total de la materia en un tamaño hasta cien mil veces más pequeño que el del átomo a que pertenece. Que ya es, como cualquiera cree saber, pequeñísimo. Y eventualmente, poderosísimo.


Pero no solo en el campo de la física se revela esta suerte de síntesis nuclear capaz de concentrar la totalidad en un punto. La poesía produce, de vez en cuando, ese fenómeno, y hasta el Universo puede llegar a concentrarse en una frase, un trazo, una melodía o una obra teatral. Por caso, Ignacio & María, la pieza de Nara Mansur Cao que con dirección de Corina Fiorillo e interpretación de Violeta Zorrilla y Camilo Parodi se está ofreciendo en el Teatro El Ópalo. Pequeña en su modesto despliegue escénico y hasta en las dimensiones del escenario, se trata de una obra de arte total, que articula con maestría los lenguajes dramático, poético, coreográfico, musical y visual.


No más trasponer el zaguán de Junín 380, el estrecho y cordial foyer exhibe a un costado, como trasto casual, un cajón con naranjas que anticipa, con la discreta astucia de su perfume, la trama dulce y agria en la que unos personajes de ficción revelarán sus goces y tormentos. En los que cada espectador podrá reconocer un aire de familia.


Porque María e Ignacio se parecen mucho a unos cuantos y, acaso, un poco a todos los que se amaron, se separaron, se exiliaron, se añoraron, se reprocharon, se perdonaron, se diferenciaron, se traicionaron, se ilusionaron, se desesperaron, se cayeron y se levantaron a lo largo, a lo ancho, a lo alto y a lo hondo de América latina.


Pero a pesar de la amplitud y complejidad de sus perfiles, los personajes no tienen la categoría de arquetipos. Así los diseñó el texto de Mansur, así los construyó la puesta de Fiorillo y así los encarnó cada uno de los intérpretes. Porque Zorrilla y Parodi encontraron con naturalidad la manera de dar vida a las criaturas de ficción con el soplo de sus propios pulmones. A Violeta/María y a Camilo/Ignacio se les percibe el temblor, se les huele el sudor, se les adivina el esqueleto y la intención. Cada uno es único en su singularidad intransferible. Y sin embargo, ambos se nos parecen, como parientes cercanos.


Es que se ha logrado, por una parte, sumar a la poética del texto y a los aciertos de la puesta, las cualidades de dos intérpretes de exquisito potencial expresivo, no casualmente formados junto a maestros como Alejandra Boero, Verónica Oddó y Juan Carlos Gené. Ambos construyen la identidad dramática de sus personajes con carnalidad; hablan, cantan, juegan y sufren con la sensación térmica de sus presencias reales ahí, a apenas centímetros de la primera fila de butacas (imposible no evocar sus respectivos aportes a Bodas de sangre – un cuento para cuatro actores, una joya teatral de 2010 protagonizada por los mencionados Gené y Oddó). Violeta Zorrilla se apropia del candor y la sabiduría de María con terrenal franqueza. La ternura, la soledad, el nervio y las contradicciones de Ignacio parecen no admitir otra materialización que el cuerpo, el canto y la expresividad de Camilo Parodi. Esto es así a pesar de que la autora no escribió este texto pensando en estos intérpretes; de hecho la obra se estrenó en Cuba entes que en Buenos Aires y con otro elenco. Pero es en el cuerpo de estos actores donde las ironías, el deseo y los guiños referenciales a Koltés, al “que se vayan todos”, a las carencias durante el “período especial” en la isla caribeña, al premio Planeta, o al “devuelvan a los nietos” se vuelven acción y desnudan los accidentes de una geografía latinoamericana a veces bella, a veces absurda, a veces terrible.

FICHA TÉCNICA
Obra: Ignacio & María
Autora: Nara Mansur
Elenco: Violeta Zorrilla, Camilo Parodi
Dirección: Corina Fiorillo
Sala: El Ópalo (Junín 380)
Estreno: 2015